En cierta manera la bici lo inició todo…
Mi primera bici me la regalaron mis abuelos cuando tendría
yo unos 4-5 años. Me regalaron una a mí (creo que BH) de color azul y una
granate un poco más grande a mi hermana. Tardé en iniciarme con esta bici,
hasta el verano de 1983 estando de vacaciones en Mallorca finalmente le perdí
el miedo a las dos ruedas.
Aquella bici en seguida se me quedó pequeña y con el
dinero que me regalaron para mi primera comunión (también mis queridos abuelos
Concha y Guillermo) fui con mis padres a una tienda de bicis y me compré la que
para mí era la más bonita de la tienda: una Motoretta 3 de la época, de color
rojo y el sillín blanco. Era preciosa, pero un auténtico hierro, pesaba
muchísimo. Con ella disfruté bastante de la bici con mi pandilla de amigos del
verano de Llafranc, en la Costa Brava. Todo esto sucedió hasta los 12 años
aproximadamente, en que mis padres se vendieron el adosado en el que
disfrutábamos los veranos y con ello terminó mi afición veraniega a la bici.
Mis piernas permanecieron alejadas de las dos ruedas hasta
que vine a vivir a El Prat, el pueblo de mi mujer. El Prat es un pueblo
totalmente plano (no se alza más de un palmo del suelo) y en el que hay
bastante afición a la bici. También en el pueblo hay un camino para bicis y
corredores que transita paralelo a la carretera que lleva a la playa del pueblo
(alejada unos 5 kilómetros del núcleo urbano) y que es muy agradable por el
entorno natural del Delta del Llobregat. Así al cabo de un par o tres de años
de vivir allí le comenté a Mercè (mi mujer) que como el pueblo era muy plano,
no estaría mal comprarme una bici. Así que en mi cumpleaños del año 2007 (el 4
de julio) me cayó una TREK 4300, mi querida bici actual.
En aquel entonces
Mercè estaba embarazada de nuestro primer hijo, Guillem, que tenía que nacer a mediados
de agosto. Así que en aquel mes de junio creo que hice un par de salidas
llegando a la playa y volviendo (unos 10 kilómetros totalmente planos, excepto
un túnel subterráneo), lo que me parecía una proeza descomunal. Así, el 14 de
agosto de 2007 nació Guillem, nuestro primer hijo y aproveché las incontables
gestiones que se tiene que hacer cuando nace un bebé para ir con la bici arriba
y abajo del pueblo y… ya está. ¡Bici bien guardada en el garaje!
Al cabo de un año y medio (debía ser febrero-marzo de 2009)
volví a reparar en mi bicicleta cuando yendo los tres a la playa de El Prat me
fijé en que muchos padres llevaban a sus hijos pequeños en sillitas de bicicleta detrás de ellos. Me pareció muy buena
idea, así que me dirigí a la tienda donde Mercè había comprado mi bicicleta (Marta
Balagué de Comercial Balagué) para pedir que me pusieran una sillita para
llevar a mi hijo… ¡menuda bronca me cayó porque la bici estaba prácticamente
nueva y sin usar! Así empecé a salir con Guillem en bicicleta por el camino que
lleva a la playa, también descubrimos juntos otros bonitos caminos de los Espais Naturals del Delta. A Guillem le
gustaba ir conmigo y spbretodo le encantaba que fuéramos a “ver aviones” (hay
un mirador de aviones en el camino a la playa donde puedes ver los aviones
aterrizar que era su sitio preferido). Entretanto, el 28 de marzo de 2009 nació
nuestra hija Clara, pero esta vez la bicicleta no se quedo aparcada. Ya aquel
verano de 2009 también salí con frecuencia con Guillem en bicicleta por los
caminos que rodean Llafranc y Calella de Palafrugell (donde al cabo de muchos
años sigo veraneando con mi nueva familia). El primer día llegamos a Montràs (
y me pareció un trayecto largo) y en seguida descubrí la preciosa y familiar
vía verde de la Ruta del Tren Petit. También aquel verano participé con Guillem
por primera vez en algo que ya hemos convertido en tradición familiar: La Festa
del Pedal. Se trata de una salida familiar de padres e hijos que consiste en
salir desde Llafranc, llegar hasta Palafrugell y volver (unos 8 kilómetros como
mucho), la gracia es que además hay que ir disfrazado y luego dan premios a los
mejores disfraces, al participante más mayor, al más pequeño… los niños lo
viven y lo preparan con mucha ilusión y es una buena manera de que le cojan
afición a la bicicleta.
Así siguió todo hasta que empecé a salir solo en bici en la
primavera de 2010: remontar el río Llobregat hasta Sant Boi, pedalear por el Parc Agrari del Delta, todo era
plano, con lo que en realidad tampoco me cansaba mucho.
El cambio llegó cuando un amigo de nuestro grupo de Llafranc,
Xavi, me comentó en una cena que él iba hasta la Playa del Castell por un
camino que pasaba por la costa y por el Jardín Botánico del Cap Roig (en
Calella de Palafrugell). Le hubiera podido decir que fuéramos juntos un día,
pero era consciente de que Xavi estaba en muy buena forma y no quería ir
arrastrándome detrás de él. Yo a la Playa del Castell había llegado, pero por
un camino totalmente plano que transcurre por el interior y del que ya he hablado,
la Ruta del Tren Petit. Así un día
decidí buscar por mi cuenta el camino de la costa (me lo estudié por Google
Maps) hasta El Castell y… ¡lo encontré! Gracias a ese día y a ese camino
descubrí dos cosas:
-La primera, que realmente era divertido ir por otro tipo de
rutas que no fuesen planas.
-La segunda, que estaba en un estado de forma LAMENTABLE.
Vamos, que un repechillo que había al principio físicamente me pareció el
Tourmalet, teniéndome que parar varias veces para coger aliento.
Así ese verano repetí aquella ruta varias veces y
posteriormente fuimos a pasar unos días a la comarca de la Cerdanya, en el
Pirineo. Me llevé mi bici e hice dos o tres salidas con ella (casi siempre recorridos planos, excepto un día en que se me ocurrió
tratar de subir a un pueblo que estaba algo más arriba de la montaña y tuve que
claudicar si no quería ahogarme en el intento).
Finalizado el verano de 2010 valoré la necesidad de mejorar
mi forma física y como con dos niños pequeños (y entonces un tercero, Joan, a
punto de llegar) mi único tiempo libre era el mediodía, me apunté al DIR de
Sant Cugat con la idea de fortalecerme, aunque tuviera que sacrificar el poder
compartir mesa y mantel con mis amigos del trabajo. Al principio opté
únicamente por la natación, pero un amigo del trabajo, Ricardo, me habló de lo
divertido del Spinning y probé… ¡y vaya si me enganchó! Así, aquel mes de
septiembre me di cuenta que mis salidas veraniegas y mis primeras sesiones en
el DIR empezaban a dar frutos cuando un día hice una salida con Luis y Sergio
(dos amigos de El Prat) y mis piernas tiraban mucho más que las de ellos. Con
todo ello conseguí asentar el hábito de ir con asiduidad al gimnasio, empezó mi
búsqueda del camino de la mítica montaña de Sant Ramón (ya hablaré de ello más
adelante) y poco a poco inicié el camino donde he llegado hoy.
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